Miércoles 07 de junio de
2017
El testimonio que James
Comey, exdirector del FBI, presentará este jueves 8 de junio ante el Congreso
será uno de los momentos determinantes de la crisis que azota al gobierno del
presidente Donald Trump. Se trata de un momento muy esperado y de carácter extraordinario
tanto por el contexto de crispación política en el que se da como porque, dado
la grave materia de la que trata, podría ser una encrucijada decisiva en el
destino de la actual administración.
Se afirma que Comey fue
despedido por Trump luego de que éste le pidió frenar la investigación sobre
los presuntos vínculos impropios entre Michael Flynn, exasesor de Seguridad
Nacional del presidente, con agentes rusos, solicitud que el exdirector del FBI
habría documentado en un memo y a la que, aparentemente, se habría negado (o al
menos a la que no habría dado respuesta afirmativa).
Y se comenta que Trump
estaría molesto porque Comey no le habría refrendado explícitamente su lealtad
personal, algo que en realidad no sería procedente pues el director del FBI le
debe lealtad a la república y sus instituciones, no al individuo en turno en la
Casa Blanca.
Por añadidura, Trump ha
dicho reiteradamente que Comey le dijo que él no estaba bajo investigación en
el asunto de Rusia. Algo que en realidad no se ha confirmado o negado
formalmente.
Sea como sea, la
fulminante destitución de Comey, la presunta petición de Trump para frenar la
investigación sobre Flynn (y peticiones similares que el presidente habría
formulado a otras figuras del aparato de inteligencia) han desatado la
especulación sobre la posibilidad de que desde la Casa Blanca se haya cometido
una obstrucción de la justicia, situación ominosa que sería una causa de un
potencial proceso de destitución presidencial.
Lo que Comey testifique
ante el Congreso, así, podría poner luz en todo ese extraño intríngulis. Se ha
afirmado que él no hará juicios sobre si Trump cometió o no obstrucción de la
justicia, sino que se limitará a presentar hechos, a narrar lo que según él
sucedió en sus reuniones con el presidente y a dejar para otras instancias el
análisis sobre la legalidad de todo ello.
Pero, ciertamente,
algunas de las preguntas clave podrían tener respuestas de gran calad
¿Le pidió Trump a Comey
lealtad personal y no institucional, como si el director del FBI fuera un
empleado de uno de sus negocios y no el titular de una agencia gubernamental
con autonomía?
¿Trató Trump, como Comey
habría dicho, de crear una relación personal con él, quizá para con ello
ponerlo en línea con los intereses de la Casa Blanca? ¿Se saltaba el presidente
el protocolo al interactuar con Comey sobre esas indagaciones?
¿Le pidió Trump suspender
las investigaciones sobre Flynn y sus nexos con Rusia?
¿Estaba el presidente
siendo investigado en relación a ese escándalo?
¿Le dijo Comey a Trump
que no era sujeto de investigación, o cree Comey que Trump lo infirió
equívocamente? ¿Qué tan directo o sutil fue toda su interacción al respecto?
¿Cree Comey o no que
Trump pretendió obstruir la justicia o cuál fue el grado de sus peticiones o exigencias?
Las respuestas que el
exdirector del FBI dé ante los legisladores darán presumiblemente mucho que
hablar (y ya lo están haciendo luego de que un comunicado preliminar al
respecto ha sido publicado) y podrían precipitar mayores turbulencias para
Trump (quien considera ‘fake news’ todos los alegatos sobre la posible
vinculación de su campaña con agentes rusos), aunque aún está por verse
si las declaraciones de Comey acabarán siendo cataclísmicas.
En realidad, se afirma
que Comey testificaría en sintonía con el trabajo de Robert Mueller, el
recientemente nombrado investigador especial del Departamento de Justicia en el
caso de la injerencia de Rusia en las elecciones. Ambos personajes tienen
cercanía profesional y personal, y al parecer Comey no interferiría o forzaría
acciones o decisiones de Mueller, quien no tiene necesariamente la obligación
de hacer públicos sus hallazgos o de presentarlos en audiencias públicas sino
hasta que él mismo considere pertinente.
Claro que si Comey ofrece
revelaciones explosivas, en sincronía o en contraposición a Mueller, la opinión
pública y las fuerzas políticas se revolucionarán aún más.
En ese contexto, es
posible que la decisión de Trump de no invocar su derecho (conocido como
‘executive privilege’) de bloquear el testimonio de Comey ante el Congreso
tenga que ver o bien para no echar más gasolina al fuego al debate sobre
posible obstrucción de la justicia o bien porque suponga que todo no excederá
lo avalado por Mueller.
Pero todo lo que suena a
elecciones y Rusia es actualmente una yaga viva. Trump criticó acremente en su
momento el nombramiento de Mueller y en general se ha mostrado hostil ante todo
el asunto de la investigación de posibles nexos impropios de su campaña con
Rusia. Hasta el propio fiscal general Jeff Sessions, quien a diferencia de
Comey o Mueller ha tenido una gran cercanía con Trump desde la campaña misma,
se habría encarado severamente con el presidente por el tema de las
investigaciones sobre Rusia, de la que el propio Sessions se excusó, al grado
de que se ha filtrado que en algún momento le ofreció su renuncia.
Finalmente, aunque se
comenta que Comey no estaría interesado en hablar sobre el trato y los
calificativos que Trump ha tenido hacia él desde tiempos de la campaña
presidencial hasta ahora, por considerar que son irrelevantes para la materia
de su comparecencia, sus actitudes y respuestas ante preguntas al respecto
podrían incidir en la acalorada discusión pública, en la que la personalidad y
los arrebatos de Trump causan fuertes olas y suspicacias, e incluso suscitado
problemas y traspiés para su administración.
Por ejemplo, una
especialmente punzante fue la advertencia de Trump a Comey sobre que más le
valía, antes de que comenzara a hablar ante los medios, que no hubiera
grabaciones de sus conversaciones.