Martes 30 de mayo de 2017
Por Elida Moreno
El exdictador panameño
Manuel Noriega murió el lunes a los 83 años tras haber marcado a sangre y fuego
la historia del país centroamericano, que Estados Unidos invadió para derrocar
a su brutal régimen (1983-1989) que espió para la CIA, trabajó con los
narcotraficantes y torturó a sus enemigos.
Noriega fue sometido a
varias operaciones para extraerle un tumor benigno en el cerebro, sin embargo
en el proceso tuvo recaídas de las cuales ya no se recuperó y falleció casi a media
noche del lunes, en un hospital estatal donde estuvo ingresado desde principios
de marzo.
Minutos después de su
muerte, el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, confirmo el hecho a través
de su cuenta oficial de Twitter.
"Muerte de Manuel A.
Noriega cierra un capitulo de nuestra historia; sus hijas y sus familiares
merecen un sepelio en paz", escribió el mandatario panameño.
Tras pasar los últimos 26
años en cárceles de Estados Unidos, Francia y Panamá por el asesinato de
enemigos políticos, lavado de dinero y narcotráfico, el anciano exdictador
logró en enero prisión domiciliaria en casa de una de sus tres hijas para
prepararse para la intervención.
Los largos años de
reclusión, muchas veces aislado, dos ataques cerebrovasculares y un cáncer de
próstata dejaron al exdictador en silla de ruedas y con aspecto frágil, una
versión reducida del osado general del Ejército que blandía enérgico un machete
en sus mítines aplaudido por la multitud.
El 20 de diciembre de
1989, unos 28,000 soldados estadounidenses tomaron por asalto Ciudad de Panamá
y lanzaron una dramática búsqueda para capturar, días después, al que fuera
durante años uno de sus principales aliados en la región.
Cuando retornó a Panamá
en diciembre de 2011, el país ya había superado su nefasto legado y creció al
calor de su famoso Canal interoceánico hasta convertirse en una de las
economías más dinámicas de América Latina, aunque con una democracia todavía
lacerada por la corrupción y las desigualdades sociales.
Pero su carácter
desafiante decayó en el ocaso de su vida y en 2015 llegó a pedir perdón a
Panamá por los desmanes de los gobiernos militares del pasado, incluyendo el
suyo, por el que fue sentenciado a unos 60 años por tres condenas en casos de
homicidio y desapariciones forzadas.
La corrupción bajo su
mandato llegó a tal punto que un subcomité del Senado estadounidense aseguró
que Noriega creó "la primera narco cleptocracia del hemisferio" y se
refirió a él como "el mejor ejemplo reciente" de cómo un líder
extranjero puede manipular a Estados Unidos en contra sus intereses.
"MI GÁNGSTER"
Criado en el duro barrio
capitalino de San Felipe, muy cerca de la zona del Canal controlada entonces por
Estados Unidos, Noriega fue criado por unos amigos de la familia.
El joven mulato, apodado
"cara de piña" por un severo acné juvenil que le dejó la cara plagada
de cicatrices, era pobre pero astuto. Con ayuda de un hermanastro se unió a los
militares y logró graduarse en la Escuela de las Américas de Estados Unidos,
considerada por grupos de derechos humanos como una escuela de dictadores.
Su experiencia creciendo
en las calles y un carácter despiadado, según sus allegados, le dieron una
inclinación temprana hacia las operaciones de guerra psicológica.
Ávido lector de líderes
asiáticos, desde Mao Zedong a Ho Chi Minh, pasando por el cacique mongol del
siglo XIII Gengis Khan, Noriega entró en los pasillos oscuros del poder cuando
fue nombrado jefe de inteligencia militar por Omar Torrijos, quien dio un golpe
de Estado en 1968.
Su misión era dirigir a
la feroz policía secreta, orquestando la desaparición y tortura de oponentes
políticos, mientras supervisaba los corruptos negocios de los militares, por lo
que Torrijos se refería a él como "mi gángster".
A principio de la década
de 1970, Noriega comenzó a colaborar a sueldo con la CIA, permitiendo instalar
puestos de escucha en Panamá y utilizar al país como base para ayudar a las
fuerzas proestadounidenses contra las guerrillas izquierdistas en El Salvador y
Nicaragua.
Noriega utilizó esa
información para manipular tanto a sus jefes panameños como estadounidenses
para su propio beneficio, que incluía impulsar un floreciente negocio del
narcotráfico.
Noriega se convirtió en
gobernante de facto de Panamá en 1983, dos años después de la muerte de
Torrijos en un accidente de helicóptero. Para ese entonces ya trabajaba con
capos colombianos de la droga a cambio de sobornos millonarios.
Aunque las autoridades
estadounidenses sabían de sus operaciones criminales desde 1978 y para 1983
tenían suficientes evidencias en contra de Noriega, según testimonios
oficiales, Washington no actuó porque Panamá era visto como un cortafuegos
frente al avance del "comunismo" en Centroamérica durante la Guerra
Fría.
NADANDO CON TIBURONES
Sin embargo, las
tensiones con Estados Unidos comenzaron a escalar en 1985, cuando Noriega
desconoció a Nicolás Ardito Barletta, el primer presidente democrático en 16
años, tras unas elecciones que había puesto Washington como condición para
devolver el control del estratégico Canal al país.
Mientras, Noriega urdía
int
rigas, dando apoyo encubierto al líder cubano Fidel Castro y al coronel
libio Muammar Gadafi, o colaborando con Pablo Escobar para traficar cocaína a
Estados Unidos y lavar dinero a través del sistema bancario panameño.
"Estaba nadando con
un montón de tiburones", dijo Richard Koster, coautor de "En Tiempos
de Tiranos", sobre las dictaduras militares panameñas. "Llegó al
punto donde sus actividades como representante de los carteles del narcotráfico
entraron en conflicto con sus actividades como hombre de Estados Unidos".
Entre 1970 y 1987,
Noriega apareció en 80 archivos distintos de la Dirección de Control de Drogas
de Estados Unidos (DEA, por su sigla en inglés). Pero hasta ocho semanas antes
de que Noriega fuera imputado, la agencia todavía decía que no había pruebas
suficientes en su contra.
En febrero de 1988,
Noriega fue finalmente imputado con cargos federales por tráfico de cocaína y
lavado de dinero, y el Congreso de Estados Unidos impuso sanciones económicas a
Panamá para incrementar la presión.
Sin embargo, Noriega se
resistió a dimitir y en diciembre de 1989, la Asamblea Nacional lo nombró
"máximo líder" y declaró a Estados Unidos y Panamá en "estado de
guerra".
El 20 de ese mes, tropas
estadounidenses invadieron Panamá en la operación "Causa Justa"
atacando los cuarteles del Ejército y peinando la ciudad para encontrar a
Noriega, quien se había refugiado en la embajada del Vaticano.
Las tropas sitiaron la
sede diplomática y forzaron a Noriega a entregarse el 3 de enero de 1990
utilizando las mismas técnicas psicológicas que una vez tanto admiró: haciendo
sonar a todo volumen música de rock y rap, que el dictador aseguraba detestar,
24 horas al día.
Para algunos analistas,
la invasión del istmo, que causó miles de víctimas, marcó la pauta para las
intervenciones estadounidenses de la post Guerra Fría como en Irak.
En 1992, Noriega fue
sentenciado a 40 años de prisión por un tribunal de Florida. En 2010 fue
extraditado a Francia, donde había sido condenado por lavado de dinero.
En sus memorias escritas
en prisión, Noriega se describe a sí mismo como un héroe nacionalista y dijo
que la invasión se debió a su negativa a seguir a pies juntillas las órdenes de
Estados Unidos en América Central.
"Todo lo que se hizo
en la República de Panamá bajo mi comando era conocido (por Estados
Unidos)", llegó a decir desde prisión.