Lunes
29 de junio de 2015 – 05:20 PM
En
un hecho insólito para la humanidad, la Suprema Corte de los Estados Unidos
aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo lo largo y ancho de
su territorio nacional. En México, casi al mismo tiempo, ocurrió algo similar,
y por supuesto no se hicieron esperar las protestas, en especial de las
señoras, que como se sabe, son las voceras más ruidosas de las
religiones.
-Ahora
también van a sentirse con el derecho de exigir la adopción de niños -dicen y
en sus cabezas desfilan vívidas imágenes de dos hombres o dos mujeres abusando
sexualmente de bebés, o, con el correr de los años, dándoles cursos intensivos
de prácticas sodomitas o de tijeretas.
Paradójicamente,
son estas señoras que profesan la religión cuyo discurso neurálgico es el
amarse los unos a los otros, pero que, al parecer, en letras pequeñitas que
sólo pueden leer ellas y los señores de túnica gracias a su enorme fe, dice que
con excepción a las parejas del mismo sexo.
-Al
paso que vamos van a aprobar el matrimonio entre hombres con serpientes, o de
mujeres con perros -dicen desde los púlpitos o en las reuniones de los martes
de canasta, mitad con ironía y mitad con terror.
Esto
no es una licencia literaria, o un artículo de ciencia ficción, en verdad lo
están diciendo. Con una ligereza que hiela la piel. Estas señoras y señores de
vestido largo están comparando a sus propios hijos y hermanos al mismo nivel
irracional de un animal.
Este
pensamiento medieval y trasnochado, no hace mucho, le hizo creer a la gente que
no todos somos iguales y, por consecuencia, no todos tenemos los mismos
derechos:
-Mira
a esos negros, más que humanos parecen monos, que se vayan a la parte de atrás
de los camiones, como los animales que son.
-Mira
a esos humanoides, que no te engañe su parecido a nosotros. ¿Y si los
convertimos en jabón?
-Mira
a esos indígenas y si los…
Es
una vergüenza que haya tenido que pasar poco más de dos milenios y una década
para que descubriéramos que si dos hombres o dos mujeres quieren hacer una vida
juntos ante el amparo de la ley, el cielo no comenzará a vomitar azufre y
fuego.
Cruzo
los dedos para que no tengan que pasar otros dos milenios con una década para
que descubramos que una sociedad cimentada en el amor de los unos con los otros
(sin importar el sexo) es lo único que podrá darle el coraje y la fuerza a las
generaciones venideras para entender de una vez por todas que hemos venido al
mundo no a ser juzgados sino a ser felices.
Por Rodrigo Solís: Autor de la novela Mala
Racha. Articulista y periodista en medios nacionales e internacionales.
Director de Pildorita Estudio. Contacto: rodrosolis@gmail.com
Twitter: @rodrosolis_