Los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 cambiaron para siempre la
manera de volar en avión. En Venezuela el llamado cepo cambiario está
agregando otras molestias a los tortuosos rituales que hay que cumplir antes de
abordar un vuelo internacional. Mientras se implementa en los aeropuertos
locales un novedoso sistema de identificación biométrica que autorizará el uso
de las tarjetas de crédito venezolanas en el exterior, fiscales de la estatal
Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) están interrogando al azar a los
viajeros nacionales para comprobar la correcta utilización de las divisas
aprobadas por el ente y cerciorarse de que no lleven en su billetera tarjetas
de créditos a nombre de otras personas.
Si eso
sucede el funcionario sospechará que el pasajero estará “raspando el cupo”
aprobado a un tercero. En la jerga local el “raspacupo” es quien entrega a otro
su tarjeta de crédito para aprovechar el subsidio que otorga el Estado como un
haber en su línea de crédito. Aunque su aprobación nunca está garantizada, la
clase media local –consumistas entusiastas de las outlets de Miami
desde siempre- e incluso los estratos menos favorecidos -quienes nunca
conocieron ese modo de vida en virtud de su situación económica- advirtieron el
gran negocio que significaba viajar, o simular que se viajaba, para usar la
tarjeta en sitios prestablecidos y luego obtener las divisas y las facturas que
justifican el gasto. La brecha entre la tasa oficial –6,3
bolívares por dólar- y la del mercado negro –alrededor de 45 bolívares- representa
una ganancia rápida para el tenedor de dólares a su vuelta al país.
Con esta
medida el gobierno busca limitar al máximo el turismo cambiario, cuyo apogeo,
unido a la escasa oferta de frecuencias hacia los destinos internacionales más
demandados, ha liquidado la posibilidad de viajar por una emergencia y ha
encarecido el costo de los billetes. Un ejemplo: para viajar en febrero a
Madrid un pasaje aéreo en clase económica desde Bogotá cuesta 2.568 dólares.
Desde Caracas vale 5.161 dólares (32.514 al cambio oficial de 6,3). El aumento
indiscriminado tiene al menos dos explicaciones: la gigantesca deuda que
mantiene Cadivi con las aerolíneas, que venden los pasajes al precio controlado
y el Estado no le entrega los dólares, y la enorme demanda de viajeros
venezolanos y extranjeros, quienes hacían una escala en Caracas, cambiaban sus
dólares en el mercado negro y compraban el boleto hacia su destino final a un
precio muy atractivo. Esta semana el Indepabis, el órgano que protege los
derechos de los consumidores, agregó una tercera explicación: las aerolíneas no
están vendiendo las tarifas más baratas de la clase económica.
El Gobierno
ha prometido tomar medidas para solucionar esta situación, pero en ningún caso
está dispuesto a levantar el rígido control de divisas, la raíz de las
distorsiones de la economía. Ha iniciado, sí, una sistemática campaña a través del canal del Estado Venezolana de
Televisión contra los “raspacupos” para posicionarlos ante la
opinión pública como los responsables mayores del desfalco a la Nación. El
domingo, VTV dedicó uno de sus principales programas de opinión para tratar el
tema. El conductor y su invitado, el encuestador Oscar Schemel, aseguraban que
ese afán de viajar para obtener dólares en efectivo a cambio respondía al ADN
cultural de los venezolanos, que están entrenados en el arte de capturar la
renta petrolera en desmedro de la productividad y el esfuerzo.
Parece un
poco injusto achacar la culpa al turismo cambiario a juzgar por los resultados
que ha hecho público el propio Gobierno. Cifras oficiales indican que en 2012
se aprobaron a los viajeros 2.769 millones de dólares, mientras que a los
importadores les entregaron 17.980 millones de la moneda estadounidense. Hasta
ahora, salvo una nota de prensa publicada este miércoles en la que el ministro
de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres, anunció que el Sebín, la
policía política, formó un equipo para revisar el uso de dólares asignados a
las empresas, no hay un gran ofensiva del Gobierno para identificar quiénes son
los responsables de defraudar al Estado simulando importaciones. “Estamos
seguros de que todavía hay una lista de empresarios inescrupulosos que por
razones económicas o políticas se dedican a hacer fraudes por esa vía”, comentó el ministro a la Agencia Venezolana de Noticias.
Una
estimación hecha por la firma
Ecoanalítica indica que en 2012 las importaciones públicas y
privadas llegaron a 56.300 millones de dólares. De esa cantidad, 15.400
millones de dólares (27,4%) fueron compras externas simuladas, la mayoría en el
sector público. La amoralidad ya es un comportamiento generalizado. Empresarios
y particulares quieren aprovechar las distorsiones de la economía para
enriquecerse con el mínimo esfuerzo y al margen de lo que dicta la ley. Unos y
otro son capaces de asumir el riesgo debido a la limitada capacidad que tiene
el Estado para sancionarlos. Son muchos y al mismo tiempo haciendo operaciones
difíciles de identificar como un delito. Toda esta situación le ha permitido al
Gobierno plantear nuevamente su tema favorito: la refundación moral del
venezolano, una suerte de hombre nuevo. Los hechos lo ayudan. El gobierno
recientemente anunció que seis deportistas vinculados a los deportes a motor
habían falsificado la firma de la ministra de Deporte, Alejandra Benítez, para
obtener divisas preferenciales.
El
presidente Nicolás Maduro ha calificado ese afán por lo dólares baratos como si fuera una
enfermedad. La llama cadivismo. A principios de octubre, en una
alocución desde una guarnición militar, el jefe del Estado se quejaba del magro
resultado que han dado sus reuniones con el sector privado debido al poco
riesgo que éstos están dispuestos a asumir. “Cadivi, Cadivi, ellos solo quieren
Cadivi. Eso es cadivismo, están enfermos con ese mal”, decía entonces el
mandatario. El jefe del Estado volvió a acuñar el término al comparecer ante la
Asamblea Nacional para solicitar poderes legislativos. “Una colección de
dificultades que bien podríamos bautizar con el nombre de cadivismo, como
una de las expresiones más vulgares de la existencia de la burguesía
parasitaria en la historia de la Venezuela, de los últimos 100 años”. Lo que
ocurre en realidad puede ser descrito haciendo un símil con las criaturas
mitológicas. Como Saturno, la revolución bolivariana se ha terminado de devorar
a su propia creación.
Fuente: El
Pais
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