Por: SEGISFREDO INFANTE
Confieso de entrada que conozco mucho más la obra de José Cecilio del Valle que la obra de Ramón Rosa, muy diferenciadas entre sí, esto a pesar que me encargué de publicar la obra completa del segundo, la cual editamos y pusimos en circulación en un solo tomo, en forma facsimilar, bajo el título de “Oro de Honduras”. Recuerdo que don Julio Rodríguez Ayestas, “El Archivero Mayor” (QEPD), me consiguió los originales impresos de la obra de Rosa, por aquello de una galana y espontánea amistad que habíamos cultivado, desde mediados de los años ochentas del siglo pasado, en las viejas cafeterías típicas del centro histórico de Tegucigalpa, a fin de conversar sobre todas las virtudes y defectos de la zigzagueante historia republicana de nuestro país.
Debo añadir que el tema del positivismo como teoría sociológica europea que ha ejercido influencia sobre los quehaceres historiográficos y políticos, me ha causado casi siempre un prejuicio casi insalvable en lo más hondo de mi ser. Inclusive me he atrevido a afirmar, en más de algún artículo, que la ideología de Karl Marx era solamente una variable del positivismo de mediados del siglo diecinueve, en tanto que los positivistas, muchos más que los iluministas o enciclopedistas del siglo dieciocho, estaban convencidos del concepto dogmático de “progreso” de las sociedades modernas hasta el “infinito”. Las dos grandes guerras mundiales de la primera mitad del siglo veinte, echaron por tierra tales expectativas recargadas de optimismo y triunfalismo.
Sin embargo, es pertinente aclarar que les guardo un enorme respeto a los historiadores europeos (tanto alemanes como franceses) que se movieron bajo la influencia del positivismo para investigar en los archivos documentales de primera mano, haciendo caso omiso de los viejos prejuicios que habían heredado del iluminismo, en su triste faceta historiográfica que fue anti-medieval; o excesivamente superficial y estereotipada. Con los historiadores positivistas, hay que reconocerlo con coraje, se retorna a la ciencia histórica imparcial que había iniciado Tucídides, frente a “La Guerra del Peloponeso”, en la Antigua Grecia. Subrayo que me estoy refiriendo únicamente a los historiadores europeos. No a los historiadores latinoamericanos, quienes bajo la influencia del positivismo (más bien del iluminismo según decía don Marcos Carías Zapata) rechazaron toda investigación científica del largo periodo colonial o virreinal del continente americano, incluyendo en este punto la historiografía oficializada de Honduras, que de alguna manera sigue prevaleciendo.
En todo caso el positivismo de Augusto Comte (1798-1857), bajo la influencia directa de Saint-Simon, hizo presencia en América Latina, y particularmente en Honduras, a partir del discurso del estadista Ramón Rosa, como ideólogo principal de una variable del positivismo romántico durante el gobierno de Marco Aurelio Soto, que bajo la consigna de “orden y progreso” se perpetuará hasta el gobierno de Tiburcio Carías Andino. Cómo la sociología positivista de Augusto Comte penetró en América Latina, es un tema que ha sido estudiado por el filósofo mexicano Leopoldo Zea, sobre todo en su libro “El positivismo y la circunstancia mexicana” (1985). Rolando Sierra Fonseca me comentaba (en una conversación ocasional) que Leopoldo Zea se había referido en algún momento a las convicciones positivistas creativas de Ramón Rosa.
Sospecho que hay una especie de consenso que el positivismo de América Latina se diferenció notablemente del positivismo rampante de Europa. Es decir, agarró sus propios ingredientes criollos, tal vez medio-liberales, y los mezcló con subsistencias del viejo enciclopedismo iluminista o ilustrado, después de un periodo de zigzagueos anárquicos, en cada uno de los países del subcontinente latinoamericano. Hubo muchos aciertos y varios errores en la práctica política de los positivistas del “Nuevo Mundo”. En Honduras Ramón Rosa prohibió el estudio de la filosofía y eliminó la asignatura de latín. En este punto incurrió en un craso error el positivista hondureño, pues todos sabemos que la nomenclatura científica universal está codificada en lengua latina.
El positivismo comtiano, a pesar de su duro practicismo científico y de sus coqueteos inocultables con el empirismo, exhibe momentos de empalme con una visión filosófica que deposita su mirada optimista en el gran porvenir histórico hipotético de la humanidad. De tal modo que algunos enemigos jurados de la filosofía clásica (incluyendo la de Platón y la de Hegel), etiquetarían el positivismo de Augusto Comte y de sus seguidores dentro del “miserable historicismo”, inventado conceptualmente por algún epistemólogo austro-húngaro que, con un afán desorbitado de novedad y de egocentrismo, procuró desacreditar a los más grandes filósofos y pensadores de todos los tiempos, incluyendo a varios científicos. Para volver valedero su método anti-filosófico, el pensador aludido incurre directa o indirectamente en la negación de la existencia de la “Historia” misma, a pesar que él es un interesante personaje histórico, que olfateaba el “totalitarismo” en todas partes. Sospecho que hasta en los alimentos.
Tegucigalpa, MDC, 19 de enero del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 26 de enero de 2020, Pág. Siete). (Se reproduce también en los diarios digitales “En Alta Voz” y en “El Articulista”).