Domingo 28 de mayo de
2017
Como en un extraño remake
de la historia bíblica, la comunidad cristiana de Latinoamérica vive desde hace
un par de décadas un éxodo acelerado. Pero los fieles, por millones, no escapan
de un impío faraón, sino de la Iglesia Católica. Del otro lado del “Mar Rojo”,
las iglesias evangélicas engrosan sus filas y ganan una influencia que desde
los barrios más pobres asciende hasta los asientos del poder político.
Distantes los días de las
primeros asentamientos protestantes en el siglo XVI, cuando Europa empezaba a
descubrir la inmensidad americana. Y también lejanos los tiempos del llamado
“protestantismo de inmigración”, que bajo el amparo de los gobiernos de las
jóvenes naciones independientes sentó las bases del auge actual, de la mano de
colonos también provenientes del Viejo Continente.
La espectacular
popularidad del evangelismo en determinados países de América Latina no se
entiende como la evolución normal de esa historia. En menos de medio siglo
quienes se identifican como católicos pasaron de más del 90 por ciento a menos
del 70 por ciento. Mientras, casi uno de cada cinco latinoamericanos hoy asiste
a los cultos de alguna de las disímiles congregaciones evangélicas existentes.
¿Más cerca de Dios y de
la gente?
En un estudio publicado
por el Centro de Investigaciones Pew, el 81 por ciento de los fieles
protestantes que habían abandonado la Iglesia Católica dijo buscar “una
conexión personal con Dios”. Muchos señalaron también que les atraían otras
formas de culto. De las más de 300 páginas de la investigación emerge una idea
fundamental: la Iglesia de Pedro parece incapaz de competir con sus jóvenes contrincantes.
Las iglesias evangélicas
deben su éxito en gran medida a un bien ajustado oportunismo. En las décadas de
1960 y 1970, mientras el surgimiento de la Teología de la Liberación ponía en
crisis la Iglesia Católica, el evangelismo aprovechó para ocupar el espacio
vacante. El apoyo de un grupo de sacerdotes católicos a los movimientos
guerrilleros de izquierda los convirtió en blancos prioritarios para los
regímenes militares de la región. Y no solo para ellos.
A inicios de la década de
1980, varios informes de las agencias de inteligencia de Estados Unidos
alertaron sobre la amenaza de una Iglesia Católica radicalizada, en particular
en Centroamérica. Los sectores más conservadores del Partido Republicano
recomendaron al presidente Ronald Reagan ayudar a las iglesias protestantes
para que desplazaran a los católicos en los sectores populares y en las cúpulas
gobernantes. Ese respaldo, en el clímax de la Guerra Fría, se camufló detrás
del supuesto interés de socorrer a los cristianos que luchaban “por la
democracia y la libertad religiosa”.
En consecuencia, las
iglesias evangélicas de países como Guatemala y El Salvador recibieron millones
de dólares, entregados por grandes iglesias estadounidenses como la United
Methodist Church.
Además de aprovechar ese
repliegue católico, el evangelismo en América Latina ha ejecutado una intensa
labor proselitista. En los barrios y zonas rurales golpeados por la violencia,
el narcotráfico y la ausencia del Estado, las iglesias evangélicas tejen redes
de cooperación entre fieles y ofrecen soluciones concretas a problemas como el
alcoholismo y la delincuencia juvenil. El ritual evangélico se ha apropiado de
la cultura popular latinoamericana: la música, la manera de hablar de los
sectores menos instruidos, una imagen que contrasta con la indumentaria
anacrónica del prelado. Los continuos escándalos que han sacudido al Vaticano
en los últimos años han contribuido también al declive de la Iglesia Católica
en el continente.
Pero esa vocación loable
por auxiliar a las comunidades pobres no alcanza a cubrir las fantásticas
operaciones del marketing evangélico en países como Brasil. La Iglesia
Universal del Reino de Dios, encabezada por el empresario Edir Macedo, ha
conquistado millones de seguidores gracias al despliegue de la propaganda
evangélica en los medios de comunicación. Macedo, cuya fortuna estimada en más
de 1.000 millones de dólares escandalizaría a Jesús, es dueño de la segunda
cadena de televisión más grande del gigante suramericano: Rede Record. Sus
emisiones y libros se venden en Europa, Japón y Estados Unidos.
A la derecha del poder
Analistas del panorama
religioso latinoamericano señalan cómo las iglesias evangélicas han ganado
poder político en algunos países de la región. En Brasil la bancada evangélica
del Congreso trabajó arduamente para lograr la destitución del Dilma Rousseff, mientras
en Colombia se atribuye al peso del voto evangélico una parte de la
responsabilidad en el triunfo del No en el referendo de octubre de 2016.
El ascenso del
evangelismo significa la promoción de una agenda social conservadora, que se
ilustra en la oposición a los derechos sexuales de la comunidad LGBT
(lesbianas, gays, bisexuales y transexuales); a determinados derechos
reproductivos de las mujeres, como el acceso al aborto; a la educación sexual
de los jóvenes, sobre bases científicas, en los establecimientos públicos; a
las leyes favorables a la equidad de género, que tratan de subvertir el orden
tradicional en las familias.
El fervor de los fieles
evangélicos –como promedio mucho más practicantes en lo cotidiano que los
católicos— y el creciente poder económico y político de estas iglesias anuncian
malas nuevas para la Iglesia Católica. Ni siquiera el carisma del Papa
Francisco ha conseguido revertir esta tendencia. Y aunque aún América Latina,
con sus más de 420 millones de católicos, constituye una sólida roca para el
Vaticano, el tsunami evangélico amenaza con reducir ese peñasco a una plácida
playa desierta.