Lunes 22 de septiembre de 2014 – 09:00 AM
“Quiéreme sin temor, acéptame sin
cambiarme quiéreme como soy, quiéreme sin retenciones, confía en mi sin que
nadie te reproche, cuenta conmigo sin preguntarme por qué...” Anónimo
Debería
activarse una alarma cuando una persona está por involucrarse con otra que
pudiere terminar siendo su pareja, si ésta tiene la intención de cambiarle su
visión de la vida, algún aspecto que trae en su ADN emocional o simplemente
parte de su cultura personal.
Es
conocida y consecuencia de innumerables bromas la
fama de las esposas que pretenden cambiar a su cónyuge. No
estoy hablando de su cambio por otra persona, sino del intento de modificar sus
gustos, costumbres e intereses. El plan de algunas mujeres de convertirnos en
su hombre ideal puede incluir cierto manejo sobre nuestros amigos.
Al
momento de escoger una vida en pareja, los hombres de veras entendemos que en
el futuro habrá hábitos que deberemos relevar. Trataremos de no volver a dejar
las porciones de pizza sobre el apoyabrazos de los sillones de la sala y
procuraremos levantar los calcetines para que no luzcan como un rastro dejado
por Hansel y Gretel.
Pero
también deberemos dejar de volcar tanta pasión al futbol en vez de sobre la
cama, ocuparnos más de la limpieza del auto en vez de interesarnos por la de la
casa y limitar algo que todas las novias y esposas odian: la devoción por
nuestra madre en vez de orientarla hacia ellas.
También
deberemos olvidar las partidas de póker de todas las noches con nuestros
amigos. Eso es lógico ya que, a excepción de los solteros, los demás tendrán el
mismo problema que nosotros. Haremos el esfuerzo para favorecer
la convivencia, cederemos espacios que antes eran inclaudicables y
adaptaremos rutinas en pos del bien común.
¿Por
qué ellas creen que el hombre remodelado va a ser mejor que el que en su
momento eligieron? La acusación de que “antes no éramos así” no tiene mucho
sustento. ¿Es que éramos otras personas? O quizás sea que no estamos
respondiendo al estereotipo que ahora ellas prefieren.
A veces los defectos que ellas
consideran que deben cambiarse son fruto de la dinámica de la relación y
de la modificación que cada uno experimenta como persona a lo largo del tiempo.
De ninguna manera significa que el “príncipe” se ha transformado en “sapo” y
por ello necesita un urgente reacondicionamiento.
Es
posible que los primeros en caer, víctimas del aluvión de cambios que nuestra
pareja a puesto en marcha, serán nuestros amigos.
Imputados
de ser malas compañías, caerán absorbidos por lo que algunos llaman el
“síndrome de Yoko Ono”. Porque en el imaginario popular se conjetura que la
artista japonesa que llegara a la vida de los magníficos Beatles de la mano de
Lennon fue la generadora de discordia dentro de la mítica banda inglesa y su
posterior disolución. Si bien Paul McCartney ha desmentido que esa fatalidad
haya tenido origen en la relación de John y Yoko, en el inconsciente público ha
quedado impresa la sensación de que esta última ha sido la piedra de la
discordia.
De ese
modo, en algún momento, en el afán de reinventarnos a su gusto, nuestra
encantadora compañera echará mano a ese recurso flagrante: hacer responsable a
nuestros amigospor cualquier
desliz que pudiéramos cometer, por más pequeño que éste fuera.
Los
hombres podemos contrarrestar ese desagradable momento, siempre y cuando
prestemos atención a conductas estratégicas, entre las cuales se encuentran: no
salpicar el inodoro aunque levantemos la tapa, darnos cuenta cuando ellas se
han arreglado y no escatimar elogios, no dormirnos en el cine justo cuando ella
ha elegido una comedia romántica y resistir las ganas de dormir apenas
terminemos de hacer el amor.
Cuando
una pareja se “asocia” en virtud de un proyecto de vida en común debería
hacerlo sentando las bases de la aceptación del otro en su totalidad. Si
existen diferencias —y es usual que las haya—, que sirvan para enriquecer la
relación y no para empequeñecerla.