Martes 08 de julio de 2014 – 12:58 AM
“No nos da risa el amor cuando
llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo,
en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea
jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una
alegría que duele”.
Quisimos comenzar nuestro
artículo con esta sublime descripción de un orgasmo, del escritor uruguayo
Eduardo Galeano, porque ninguna explicación científica puede rivalizar con la
belleza de la literatura. Últimamente, oímos y leemos mucho sobre orgasmos, sobre
las trasformaciones fisiológicas que genera o el número de veces que se puede
conseguir o no. Sin embargo, pocas veces nos enteramos de verdad qué ocurre
cuando experimentamos lo que los franceses llaman “la petite mort”.
Excitación y placer, dos conceptos distintos
En opinión de Francisca Molinero,
ginecóloga, sexóloga y directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona,
excitación y placer son conceptos distintos. Mientras el primero pertenece a la
dimensión fisiológica y forma parte de los reflejos, las sensaciones y las
habilidades corporales; el segundo tiene más que ver con la psique, la
capacidad de percibir cosas y las connotaciones que se les atribuyen –positivas
o negativas–, la imaginación erótica e incluso los sentimientos. Lo que supone
que estar excitada y sentir placer no siempre son actos consecuentes.
Orgasto y orgasmo, dos términos que debes conocer
En sexología, existen dos
términos que es preciso conocer: el orgasto y el orgasmo. El primero designa la
respuesta fisiológica del clímax, que todos conocemos; mientras que el segundo
sería la experiencia cerebral de lo anterior.
Para llegar al éxtasis, explica
Molinero, “es necesario que esa información física llegue al cerebro y que éste
le de paso, la deje entrar, por lo tanto hay siempre algo de 'autorización' a
la hora de experimentar un orgasmo”.
La mayoría de los casos de
anorgasmia primarios –en los que nunca se ha tenido esta sensación- se deben,
según la experta, “a una falta de adiestramiento personal y a causas psicológicas
más que físicas: una mala programación en la visión o idea que nos inculcaron
del sexo, falta de aceptación, tensión emocional o incapacidad para dejarse
llevar, propia de mentes excesivamente racionales”. Esto quiere decir que para
tener un orgasmo hay que tener previamente un orgasto, pero este no nos
garantiza, necesariamente, “tocar el cielo”.
¿Qué es el síndrome de excitación sexual persistente?
Mientras muchas mujeres luchan
por conseguir, mejorar o facilitar sus orgasmos, otras se encuentran en el polo
opuesto, debido a que sufren lo que se conoce como el síndrome de excitación
sexual persistente. Las mujeres con esta patología, explica Molinero, “sienten
a menudo excitación pero esta se encuentra lejos de ser placentera, la describen
más bien como una enorme y dolorosa presión o pulsación en los genitales que
pide a gritos su liberación por medio del orgasmo”. Este síndrome no tiene nada
que ver con la ninfomanía y representa un verdadero tormento para las féminas
que lo sufren.
Así lo refleja el documental 100
Orgasmos al día. En él, Rachel, una de las tres mujeres que participan, ama de
casa y madre de tres hijos, explica cómo la excitación aparece sin previo aviso
y sin que ella la pretenda. Todo lo que produce una vibración, como su
lavadora, puede agravar su trastorno. La agitación llega mientras está de
compras en el supermercado, en medio de la clase de Pilates o cuando está
haciendo cola en el banco. El título del documental responde a la realidad, ya
que algunas mujeres confiesan que, si no se controlaran, podrían tener hasta
100 orgasmos diarios.
Según Francisca Molero, “no hay
todavía un tratamiento para este trastorno, que no es sino una desconexión
entre el cerebro y la parte genital. Lo que mejor resultado está dando es la
terapia cognitivo conductual”.
En el tema de los orgasmos
tenemos, todavía, mucho que aprender. Por ello, volvemos al cálido abrazo de
Eduardo Galeano, quien nos dice al oído: “Pequeña muerte, llaman en Francia a
la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos
encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande,
muy grande ha de ser, si matándonos nos nace”.
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