Thomas
Sparrow
La nueva arma diplomática de Estados
Unidos se encuentra atrapada entre rocas a más de un kilómetro bajo tierra.
Se trata del gas y petróleo de esquisto, que se obtiene a través de una
controvertida técnica llamada fracturación hidráulica o fracking y
tiene el potencial de ayudar al país a conseguir su tan anhelada independencia
energética.
Los cambios económicos que plantea esta nueva abundancia de recursos
-así como los considerables riesgos ambientales- han sido ampliamente
descritos. Según la Casa Blanca, la producción nacional de petróleo alcanzó en
2012 su nivel más alto en 15 años, la de gas natural llegó a su récord
histórico y la dependencia de petróleo extranjero llegó a su punto más bajo en
dos décadas.
Lo que ha sido menos comentado es lo que acompaña ese nuevo panorama: al
recurrir menos a fuentes externas para suplir sus necesidades energéticas,
Washington puede afrontar desde una perspectiva distinta los conflictos
internacionales en los que hay un claro componente energético.
Es lo que el diario The New York Times llamó "una nueva era de la
diplomacia energética estadounidense" y se ha manifestado en la actual
crisis con Rusia y Ucrania, aunque también según algunos analistas en su
actitud frente a Venezuela.
La
diplomacia del gas
Al frente de esas gestiones está Carlos Pascual, un cubano-estadounidense
que fue embajador en México y Ucrania y ahora dirige el Buró de Recursos
Energéticos del Departamento de Estado.
La oficina fue creada por la exsecretaria Hillary Clinton en 2011 para
coordinar el rol de la energía en la política exterior, un asunto que ha
cobrado relevancia en la crisis en Europa por su dependencia del petróleo y el
gas de Rusia.
Reducir ese vínculo y diversificar las fuentes es uno de los objetivos
expresos de Washington y fue uno de los motivos por los que el presidente
Barack Obama estuvo el mes pasado en Bruselas. Obama habló de la
"bendición" de los nuevos recursos en su país y recibió una petición
de la Unión Europea para que permita mayores exportaciones del gas natural
estadounidense.
Sin embargo, aunque Estados Unidos recientemente sobrepasó a Rusia como
el principal productor de gas del mundo, todavía no exporta grandes cantidades
del hidrocarburo. El Departamento de Energía comenzó a establecer los permisos
para que compañías estadounidenses puedan exportar a partir de 2015 y ya aprobó
al menos seis peticiones.
El tema ha generado controversia y fue criticado por el presidente de la
Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, quien dijo que el
"proceso de aprobación terriblemente lento equivale a una prohibición de
facto de las exportaciones de gas natural, que Vladimir Putin ha explotado
felizmente para financiar sus metas geopolíticas".
Pero el gobierno ya considera que su boom está teniendo un impacto en Europa a
través del gas disponible en el mercado. Según le explicó a BBC Mundo Amos
Hochstein, subsecretario asistente para la diplomacia energética en el
Departamento de Estado, el hecho de que esté importando mucho menos permite que
el gas que antes recibía se redirija a otros destinos.
Esa situación "ha llevado más gas alternativo, no ruso, a
Europa", dice. En marzo, Carlos Pascual calculó que los esfuerzos de su
equipo habían ayudado a que Ucrania redujera de 90% a 60% su dependencia del
gas de Moscú.
Otra arista de la diplomacia energética consiste en ayudar a países como
Ucrania en temas de suministro e infraestructura.
Es un rol más "indirecto", como dice Christian Gómez, un
analista del Consejo de las Américas, en Washington. En diálogo con BBC Mundo,
Gómez argumentó que una forma en que Washington puede influir en Europa es
tratando de que Ucrania "tenga un sector energético más transparente y
orientado al mercado".
En ese sentido, el vicepresidente Joe Biden anunció esta semana en Kiev
que un equipo técnico está en la región para asegurar el suministro. Fue una
visita que no cayó bien en Moscú, que rechazó la "arrolladora
influencia" de Estados Unidos en Ucrania.
Washington pretende, además, que ese país importe gas natural de países
como Polonia y Hungría, y desarrolle una ruta por Eslovaquia.
Por otro lado, el boom energético también puede estar
llevando a que Estados Unidos tenga una menor participación en zonas donde ya
no tiene tanta dependencia comercial.
Fuentes consultadas por BBC Mundo en círculos privados de Washington
opinaron que si las protestas en Venezuela se hubieran desatado hace cinco o
diez años, la reacción del gobierno estadounidense habría sido distinta a como
ha sido hasta ahora, en especial por los cambios en su relación energética con
Caracas.
Christian Gómez está de acuerdo y dice que Estados Unidos tiene un
interés más reducido en ese país sudamericano porque "tiene menos
incentivos", si bien inmediatamente agrega que eso no significa que vaya a
cesar su relación petrolera.
Aunque Venezuela sigue siendo una fuente importante de crudo para
Estados Unidos, el volumen que importa Washington ha caído en los últimos 15
años. Además, como aseguró Pascual ante el Congreso, su gobierno es consciente
de que una mayor producción local puede afectar aun más lo que importa de
Caracas.
Hochstein, por su parte, no cree que la bonanza energética esté
influyendo en la respuesta diplomática sobre Venezuela.
"Hay una separación entre nuestra política general hacia Venezuela
y el hecho de que estemos importando menos", opina.
"Tradicionalmente hemos importado petróleo de Venezuela y lo
seguimos haciendo hoy".
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