La obra de los grandes escritores encierra un universo
en sí mismo. Con sus claves, sus entresijos, sus obsesiones, sus fantasmas, sus
iteraciones. Así fue con Cervantes, con Shakespeare, con Balzac, con Flaubert,
con Proust, con Kafka, con Sábato, con
Borges y con cuántos otros.
La obra se puede decir que es la extensión del
escritor, como hombre, como ser humano y revela el pensamiento más recóndito e
íntimo, a veces inconsciente que se repliega en las profundidades del alma pero
que de alguna forma se hace universal y atañe a casi todos los hombres. Porque
de alguna forma la obra de un escritor es un espejo (¡siempre Borges!) que nos
revela e interpela. Por eso se puede
afirmar que en algunos momentos todos somos Ulises, Hamlet, el Quijote, Madame
Bovary, Martín Fierro, Gregorio Samsa, el duque de Bomarzo, doña Flor, la Maga,
Oliveira, Traveler o Talita.
No hay lector de mi generación que no se haya conmovido con los libros de
Gabriel García Márquez y que no salga de ellos como decía el genial Megafón de
Marechal “con los ojos reventados de imágenes”.
Por eso reitero; en algún momento hemos sido el viejo
coronel esperando su pensión; el general perdido en su propio laberinto de
viejas batallas, recuerdos y utopías; el padre Angarita levitando después de
beber su taza de chocolate; Fermina Daza y Florentino Ariza viviendo un amor en
los tiempos del cólera o vaya Dios a
saber en que otras circunstancias parecidas.
Ese es el milagro de la gran literatura, y el
“realismo fantástico” del Gabo (por llamarlo de alguna forma) goza de buena
salud porque todavía muchos como él creemos que “cuando Kafka dice que Gregorio
Samsa despertó una mañana convertido en un gigantesco insecto, no parece que eso sea el símbolo de nada, y lo
único que nos ha intrigado siempre es qué clase
de animal pudo haber sido. Que hubo en realidad un tiempo en que las
alfombras volaban y había genios prisioneros dentro de las botellas. Que la
burra de Balaán habló –como dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se
hubiese grabado su voz y que Josué derribó las murallas de Jericó con el poder
de sus trompetas, y lo único lamentable es que nadie hubiese transcrito su
música de demolición. Y que el licenciado Vidriera de Cervantes era en realidad
de vidrio, como él lo creía en su locura, y que el gigante Gargantúa se orinaba
a torrentes sobre las catedrales de París”.
Es que el nuevo continente parió escritores tan
desaforados y mágicos como su misma geografía, pero ninguno como el colombiano
supo encontrarle su tono y su voz. Porque también la gran literatura es la
pequeña región donde uno vive, goza y sufre.
Cuando un libro (alguien supo decir que al leer las
primeras páginas sufrió un desmayo) nos atrapa y nos invita a acercarnos a
otros del mismo autor sin defraudarnos, sin duda estamos ante verdaderas obras
maestras de la literatura.
Y cuando los personajes, lugares y situaciones que se
encuentran en su trama se hacen universales y reconocidos por su nombre en
distintos lugares e idiomas y repetidos hasta el hartazgo, ya ese autor debe
despojarse y dejar su obra en el regazo de los demás, porque pasa a ser un poco
de todos o sea propiedad cultural de la humanidad.
Por eso cuando vemos en el titular una noticia que el
copete dice: “crónica de una muerte anunciada”, o cuando al referirse a una
ciudad o un pueblo donde pasan cosas sobrenaturales se escucha
decir que es un macondo, o cuando conocemos la zaga heroica y cotidiana de una
familia cualquiera y escuchamos compararla con la dinastía de los Buendía, sin
ninguna duda que estamos incorporando a nuestra realidad de todos los días el
imaginario narrativo de Gabriel García Márquez y eso lo hace un poco de todos,
mérito que solo tienen los grandes escritores.
¿Acaso no se han escrito letras, estudios, tesis y
hasta ballenatos en homenaje al Gabo y
también canciones a su Macondo cómo éstas?:
“Entre el hielo y los imanes/ Macondo es cualquier
lugar/ con el galeón, con los clanes/ los Buendía, los Iguarán. Cien años de las estirpes/ cien años de
soledad/ con el buen o de Angarita/ quién no quiere levitar. Cuando llegan los gitanos/ es tiempo para
mercar/ de Úrsula son las alhajas/ de Arcadio poder soñar. Los instrumentos lo dicen/ el progreso lo
dirá/ hasta la tierra es redonda/ nadie lo puede negar. Mariposas amarillas/ por Macondo volarán/ a
Mauricio Babilonia/ sus vuelos anunciarán.
Las encías muy orondas/ de Melquíades sonreirán/ su dentadura postiza/
solo acusa novedad. García Márquez lo
supo/ Macondo es cualquier lugar/ Todos somos Buendía/ todos somos Iguarán”.
García Márquez como otros grandes escritores siempre
gozará de buena salud.
Jorge Castañeda
Escritor - Valcheta
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