Johannesburgo (AFP)
Los afrikaners, descendientes de holandeses, eran la casta
dominante en Sudáfrica. Veinte años después del fin del apartheid, algunos
malviven en la miseria, pero lejos de culpar a Nelson Mandela de su suerte, le
lloran.
"Siento que Mandela se haya ido. Lo vamos a echar de
menos. No le culpo de nada de lo que nos ocurre, pero sus sucesores no tienen
la misma talla", explica Ann Le Roux.
Esta mujer de 63 años convive con doce familiares en una
chabola de Coronation Park, en el barrio de Krugersdorp, a una hora del centro
de Johannesburgo. Parece increíble que su casa se tenga en pie. Es una
estructura cubista hecha de retazos que sin embargo ha acabado pareciéndole un
hogar.
"La vida es agradable aquí. Si no, no hubiéramos estado
tanto tiempo", afirma esta mujer, que prefiere no explicar cómo acabo aquí
hace tres años y medio ,"cosas personales", y que acaba admitiendo
que un día le gustaría irse.
El campo de Coronation creció alrededor de los baños
públicos del parque. Tiene 315 inquilinos, entre ellos 78 niños que corretean
descalzos y que han hecho del parque el patio de sus juegos. Las chabolas
tienen agua, pero no electricidad.
Algunos negros pasan por las calles del campamento
tranquilamente camino a casa, otros hacen un asado a unos cien metros, sin que
haya ni un cruce de malas miradas.
Todos los vecinos de Coronation consultados coinciden en
algo: se sienten abandonados por el gobierno del presidente Jacob Zuma, del
mayoritariamente negro Congreso Nacional Africano. La mayoría creen que no les
ayudan porque son blancos y que eso no les habría ocurrido con Mandela.
"Mandela era un buen hombre. Me hubiera gustado que
viniera a visitarnos, no sé por qué no vino. Espero que Zuma siga algún día sus
pasos", señala Irene van Nickerick, de 52 años.
A Van Nickerick la llaman 'la supervisora'. Nadie habló
hasta que ella dio su visto bueno guiando a los periodistas. "No somos
familia, pero vivimos como una familia". Y ella es la matriarca.
Monica Coetzee tiene unos 60 años y llegó hace dos meses y
medio con dos nietas adolescentes que se esconden y parecen vivir un calvario.
Vino de la mano de la única familia que le quedaba, Marinda, la hija de su
exmarido, que vive en el campo.
"La vida es horrible aquí, pero no tenía adónde
ir", asegura. "Tendrían que ayudarnos más, ponernos electricidad. Lo
hacen por otros y nosotros también somos seres humanos. Es porque somos
blancos", asegura. De Mandela recuerda que instauró una ayuda a las
embarazadas y "que facilitó las cosas" a la gente modesta.
"El padre de la nación", remata Jan Gedelnhuys, de
59 años, sobre un Mandela que era velado en esos momentos en el edificio de la
Unión, en Pretoria, y que el domingo será enterrado en el pueblo de su
infancia, Qunu.
"No tiene ninguna culpa. Salió de la cárcel siendo una
buena persona e hizo mucha cosas, especialmente por los niños", añade este
hombre, que vive con su esposa en la casa más decente del parque.
Como muchos de sus vecinos, su vida fue una espiral de
desgracias hasta acabar en el campo. En su caso, su casero vendió la casa que
alquilaba y gastó su dinero en una caravana de la que fue echado a patadas por
el mismo hombre que se la había vendido un día antes.
Las desgracias de Marinda Labuschagne, una madre joven,
empezaron cuando su marido perdió el empleo. Aún así, dice que "la vida
está bien" en Coronation. Lo único que pide es que vuelva la luz. Y no
está hablando de Mandela.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario