El premio Nobel de la Paz ha vuelto a sus orígenes, el
desarme y la contribución a la convivencia mundial. En una de sus decisiones
más aplaudidas, el comité noruego que entrega el galardón ha elegido este año a
la Organización
para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), un organismo
internacional que colabora con Naciones Unidas y lleva 16 años dedicado a
erradicar la peor munición imaginable.
“Es un honor que recibimos con humildad”, dijo su director
general, Ahmet Uzumcu, al saberlo. Su equipo, formado por 500 personas, se
había abrazado, reído y llorado a primera hora de la mañana. Estaban
sorprendidos y honrados. Se consideran una familia que opera casi en la sombra,
y sus inspectores trabajan contra reloj en estos momentos en Siria para
desmantelar el arsenal guardado por el régimen de Bachar el
Asad.
“Tenemos la sensación de que se puede acabar de una vez con
las armas químicas. Hay que asegurarse de que estos ataques atroces no vuelvan
a repetirse. El premio es un reconocimiento a nuestro equipo y somos
conscientes de lo que nos ha pedido la comunidad internacional”, añadió Uzumcu
en su parlamento de agradecimiento, punteado por los términos “compromiso y
dedicación”. Luego reiteró su petición a las partes en conflicto en Siria de
que aseguren “un alto el fuego permanente para que los inspectores puedan
destruir armas e instalaciones”.
La OPAQ lleva 16 años en activo y se encarga de gestionar la
Convención contra las Armas Químicas, que celebra su vigésimo aniversario. Como
todos los tratados, entró en vigor poco después, en 1997, y ha servido para que
188 países se dieran cuenta de que la guerra química es la frontera que no debe
violarse.
La línea roja, evocada por el presidente estadounidense, Barack
Obama, al advertir a Damasco de que dejara de gasear a su pueblo. Porque
Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña están seguros de que El Asad ordenó los
ataques que aniquilaron el pasado 21 de agosto a un millar de personas. De la
cadena de acontecimientos posterior, se ha llegado a la situación actual: la
presencia de 27 inspectores de la OPAQ y de la ONU en suelo sirio. Con el Nobel
en el bolsillo, parece fácil. Nada más lejos de la realidad.
En Siria ha habido más de 100.000 muertos, y la organización
Human Rights Watch afirma que el régimen y los rebeldes han perpetrado crímenes
de guerra. Pero las imágenes de civiles sirios muertos, presumiblemente por
culpa del gas sarín, desataron la ira de Washington, que el 27 de agosto
amenazó con un ataque militar. Moscú, aliado tradicional de Damasco, entró al
trapo y ambas potencias se enzarzaron en un duelo verbal más propio de la
guerra fría. El presidente ruso, Vladímir Putin, dijo que no había pruebas de
la autoría. “Podrían haber sido los rebeldes sirios”, apuntó, “que cuentan
asimismo con gases letales”. Cuando la situación se encalló, John Kerry,
secretario de Estado estadounidense, deslizó una frase que quedará para el
estudio de la diplomacia. Dijo que Siria podría salir del embrollo entregando
todo su arsenal químico. ¿Se le escapó, o fue una jugada maestra? Lo cierto es
que la propuesta hizo efecto, y para el 14 de septiembre había cerrado un pacto
con su homólogo ruso, Serguéi Lávrov, que evitó la operación militar. Cinco
días después, Kerry urgió al Consejo de Seguridad a que legitimara, o diera luz
verde, como quiera interpretarse, el plan. El 27 de ese mismo mes la ONU dio el
paso y la OPAQ se puso en marcha al instante.
“Nuestro calendario es muy ajustado, pero Siria está
colaborando y el resto de la comunidad internacional nos apoya sin reservas.
Siria supone un reto, pero muestra que la convención ha sido un éxito. Hemos
acabado con el 80% de estas armas. Queda un 20% y esperamos lograrlo en la
próxima década”, se despidió Uzumcu, tras agradecer el premio ante la prensa
internacional, junto a su cuartel general, el La Haya.
La convención suma 188 países y Siria, que se ha visto
obligada a aceptarla, entrará a formar parte del club el 14 de octubre. Ahora
solo quedan fuera Angola, Corea del Norte, Egipto, Israel, Sudán del Sur y
Myanmar, la antigua Birmania. Si cambian de opinión, los inspectores de la OPAQ
comprobarán el estado de su arsenal químico y asegurarán su destrucción
controlada.
En Siria, el mismo día en que los inspectores sobre el
terreno se sabían ganadores el Nobel de la Paz, la aviación bombardeó zonas
rebeldes concentradas junto a una de las instalaciones de armas químicas que
deben revisar. Hace pocos días, tuvieron que protegerse de los disparos de
francotiradores. No siempre es así, pero la guerra, y el hecho de que el
arsenal completo debe desaparecer para la primera mitad de 2014, tensa la
situación.
A pesar de que el Nobel de la Paz ha gozado esta vez del
aplauso internacional, las críticas hacia la postura de Estados Unidos y Rusia
frente a Siria no cesan. Ambos países exigen a Damasco que acepte la resolución
de la ONU, pero ellos no han cumplido con el plazo de 2012 para deshacerse de
sus arsenales, los mayores del mundo.
Fuente: diario El Pais (España)
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