Domingo 04 de junio de
2017
La pesadilla comienza a
ser recurrente: "Se desvió cuando pasó al lado mío y se llevó por delante
A cinco o seis personas", relató Holly Jones, una periodista de la BBC que
se encontraba anoche de casualidad en el Puente de Londres, al momento del
presunto ataque. "Era una camioneta blanca que se desplazaba a unos 80
kilómetros por hora", agregó.
Las autoridades
británicas reconocieron que lo que empezó calificado de "incidentes"
anoche en el corazón de Londres fue un atentado terrorista .
Y aunque se desconoce aún el origen de las agresiones, sería ingenuo pensar que
no se trató nuevamente del jihadismo islámico con un golpe en una de las
principales ciudades de Europa.
Desde hace semanas, el
cursor del terrorismo parece haberse desplazado hacia Gran Bretaña. No es
fortuito. Como Francia, ese país participa en la alianza que lucha contra el
grupo jihadista Estado Islámico (EI) en los territorios que ocupa en Siria e
Irak.
Por su parte, el gobierno
de la primera ministra británica, Theresa May ,
reconoce abiertamente que -cada vez que puede- trata de eliminar a los
jihadistas británicos que combaten en esos países con el objetivo de evitar que
regresen al territorio nacional.
Otra vez, como el 22 de
marzo pasado en el Puente de Westminster; el 14 de julio de 2016 en Niza, o el
19 de diciembre del mismo año en Berlín, un banal vehículo fue utilizado para
provocar la muerte. Otra vez, un asesino entró en un restaurante armado de un
cuchillo para sembrar la desolación. Desde la lógica perversa que los guía, es
la mejor estrategia.
¿Para qué complicarse con
sofisticados atentados en aeropuertos, bases militares o embajadas? El objetivo
supremo es provocar el terror de la gente común. Esos que van al cine, salen
con sus hijos a un concierto o cenan tranquilamente con sus amigos en un
restaurante.
Provocar el terror
atacando el estilo de vida occidental. Esa es la consigna que el terrorismo ha
escogido desde noviembre de 2015 cuando produjo la masacre en París. Un
objetivo guiado por el odio, disfrazado de respeto riguroso -y falso- de la ley
coránica: "Centenares de infieles se reunieron para un concierto de
prostitución y vicio", justificó en su comunicado EI cuando perpetró la
masacre en el teatro Bataclan, en París, donde más de 80 personas fueron
asesinadas.
"No se trata de una
guerra. Esto es un desafío cultural", suele decir Gilles Kepel, uno de los
principales expertos europeos en terrorismo islámico.
Enfrentamiento
A largo plazo, ese
objetivo es además dividir a la sociedad. Provocar enfrentamiento entre
comunidades, violencia, reacciones xenófobas y racistas.
"El terrorismo nos
tiende una trampa. Quiere empujarnos a cometer un error. Ese error es la guerra
interna", afirma el ex primer ministro francés Dominique de Villepin.
Eso explica,
probablemente, los últimos dos ataques que acaba de padecer Gran Bretaña en
menos de diez días en plena campaña electoral: la voluntad de fracturar, de
llevar a la sociedad a alejarse de sus dirigentes, juzgándolos incapaces de
protegerla, y a las formaciones políticas a tratar de sacar partido de la
situación.
Es en efecto así como los
terroristas habrán ganado. Como escribió Umberto Eco en su libro Golpear al
corazón del Estado: "No se golpea a los sistemas asesinando al rey, sino
volviéndolos inestables".