Domingo 05 de abril de 2015 – 05:00 PM
Por: Elsa de Ramirez
Según los estudiosos en la materia, en la
adolescencia suceden cuatro tipos de cambios: físicos, de valores, de hábitos y
de deseos de libertad.
En esta difícil etapa se quiere probar de todo, hay una lucha de identidad
que se manifiesta en rebeldía lo que conlleva al desenfreno, surge la
negatividad, la apatía, el desgano, la desorientación, el -no sé qué hacer- la
inseguridad, la no aceptación de normas y retraso temporal en el cumplimiento
de sus deberes, se vuelven exigentes con sus padres, los chantajean y los
presionan de tal forma que causan tensión en el hogar, debido a que falsean la
verdad.
Por otro lado, algunos, por supuesto no todos los padres
o encargados de cuidar a estos jóvenes, no saben con quién andan, qué hacen, ni
dónde están; por ende estamos llamados, primeramente a escucharlos, prestarles
atención y entenderlos, estar más al pendiente de cualquier comportamiento raro
que manifiesten.
Recordemos que para que sean verdaderamente libres y
puedan forjar su voluntad, deben empezar dominándose a sí mismos y siendo auto
sostenibles, capaz de hacer lo correcto y responsabilizarse por sus propias
acciones y los efectos que estas producen.
La adolescencia se caracteriza sobre todo por la
holgazanería, el desorden, el capricho de hacer lo que se les antoja, sin
meditar en el daño que se pueden causar a sí mismos y hacia los demás.
La mayoría de las veces estos muchachos confunden la
libertad con el libertinaje, haciendo lo que les da la gana. La libertad
conlleva responsabilidades que exigen valentía, por eso a los hijos hay que enseñarles
a que aprendan a tomar decisiones aunque se equivoquen, esto les ayudará a
madurar, así poco a poco irán asumiendo sus compromisos.
El adolescente se rebela contra sus padres y
maestros, contra todo, al grado que no se aguantan ni a sí mismos, en posible
que si les acercamos un fósforo, este se enciende de inmediato, ya que andan
cargados de energía negativa, de problemas, de insatisfacciones, de cólera y rebeldía,
en sus rostros se nota el odio, la amargura y la desesperación, pareciera que
llevaran en sus espaldas el rótulo de “ya no resisto más”; algunas veces lo
hacen para llamar la atención o en otras palabras no saben o no quieren
expresar que necesitan ayuda y de repente hasta psicológica, porque este mal
comportamiento o indisciplina conlleva a un riesgo y ese riesgo se paga caro.
En reciente charla, Carlos (nombre ficticio), nos
relató… “en muchas ocasiones me sentía desorientado por no saber qué hacer, y
todo lo que hacía era malo, como en el colegio, quebrar las escobas y los palos
de los trapeadores o pelear con los demás compañeros, escribir obscenidades y
hacer dibujos vulgares en el baño, beber y fumar, o el desinterés total por la
vida, al grado de llegar a probar la cocaína y la marihuana. A mis 17 años me
reunía en casa de un amigo por las mañanas y, por supuesto, no asistía a
clases; “mis padres no sabían lo que estaba haciendo.
Nos reuníamos un grupo de jóvenes de diferentes
edades, estudiantes de Ciclo Común hasta último año de carrera, “llenábamos un
recipiente con aguardiente y todo tipo de bebidas embriagantes las cuales mezclábamos
y empezábamos a beber; claro, los que estábamos allí éramos escogidos, los más
populares, los líderes. Ya un poco tomados, nos sentábamos en la sala a jugar “la
botellita”, que nos llevaba hasta las relaciones sexuales, primero de beso,
después de prenda y ya borrachos intercambiamos parejas.
Después, casi a la medianoche cada quien iba para su
casa, ebrios por supuesto, eso lo hacíamos generalmente los viernes. Era tanta
la depravación, que al intercambiar parejas se convertían en orgías. Y te diré,
que nadie era obligado a estar allí; todo era voluntario. En esa misma casa,
jugamos la “Guija” muchas veces, pero creo que todos realmente necesitábamos de
urgencia apoyo psicológico.”
Termina diciendo Carlos: “Yo era una bomba de tiempo
a punto de estallar, desde mi infancia arrastraba problemas, y al fin, ¡aquella
bomba explotó!, el consumo de las drogas me llevó a la depresión.”
Porque “árbol que crece torcido, jamás su rama
endereza”… entonces el deber de nosotros como padres, familiares o tutores es apoyarlos
a través de una orientación sabia y oportuna y sobre todo con el ejemplo que es
fundamental o mejor dicho básico en el ejercicio de la noble profesión de ser
“padre” que es donde comienza precisamente la educación y la cultura que son
esenciales en el ser humano, pero lamentablemente en la realidad no sucede así,
porque vivimos inmersos en nuestros propios problemas a sabiendas de que la
prioridad número uno deberían ser precisamente los hijos que trajimos al mundo.
Valga la aclaración que hay hijos que son dóciles,
obedientes y disciplinados, en pocas palabras, ejemplares, como modelos de
adolescencia y juventud. O sea que no hay regla sin excepción.