Daniel Mediavilla
El año
pasado, el Gobierno de Hamás prohibió el acceso al porno en la franja de Gaza y
Rick Santorum prometió acabar con la epidemia pornográfica en EEUU si era
elegido presidente. Hace pocos meses se supo que el Gobierno islandés estaba
estudiando estrategias para acabar con este tipo de contenidos en internet. Es
difícil encontrar amenazas que puedan poner de acuerdo a un islamista radical, un fundamentalista cristiano y un socialdemócrata de los países nórdicos, pero el
peligro del porno es una de ellas. Ahora, un estudio publicado en The
Journal of Sexual Medicine puede, si no eliminar, matizar el miedo a la
industria que hizo famosos a John Holmes y Sasha Grey.
Según el
artículo, firmado por un grupo de investigadores liderados por Gert Martin
Hald, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), ver imágenes sexualmente explícitas
puede estar relacionado con el comportamiento sexual de adolescentes y jóvenes, pero
solo un poco. “Nuestros datos sugieren que otros factores como las tendencias
personales —específicamente la búsqueda de sensaciones sexuales— más que el
consumo de material sexualmente explícito pueden desempeñar un papel importante
en una serie de comportamientos sexuales de los adolescentes y los jóvenes, y
que los efectos del material sexualmente explícito en el comportamiento sexual
en la realidad debe considerarse en conjunción con esos factores”, afirma Hald.
Este estudio
rebate, al menos en parte, otros anteriores que habían atribuido una influencia
mayor al consumo de sexo por parte de adolescentes. Un estudio
realizado en 2011 por Elizabeth Morgan, de la Universidad Estatal de
Boise (EEUU), encontró una asociación significativa entre la visualización de
pornografía con la preferencia por las prácticas sexuales que aparecen en ese
tipo de películas. Además, el estudio de Morgan afirmaba que los que hacían
mucho uso del porno tenían menor satisfacción sexual y peores relaciones. Otro artículo
con resultados similares, publicado en 2009 por investigadores de la
Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, concluía que los
jóvenes que veían sexo en internet tenían más probabilidades de tener sexo con
varias personas a lo largo de su vida, de haber tenido sexo con más de una
persona durante los últimos tres meses, de haber usado drogas o alcohol durante
su última relación sexual y de haber practicado sexo anal.
Para realizar
su estudio, el equipo de Hald encuestó a través de internet a 4.600 jóvenes de
entre 15 y 25 años residentes en Holanda. De ellos, un 88% de los chicos y un
45% de las chicas habían visto material sexualmente explícito en internet.
Entre ellos, un 13,1% consumía este tipo de material diariamente y un 25,6% lo
hacía varias veces a la semana, unas cifras muy superiores a las de ellas, con
un 1,5% y un 3,3% respectivamente. También se encontraron diferencias en el
tipo de contenidos preferidos dependiendo del sexo, con más hombres aficionados
al porno duro y más mujeres favorables al blando.
Ver porno y
enfermedades venéreas
Los autores
encontraron una asociación directa entre ver contenidos sexualmente explícitos
y comportamientos sexuales más arriesgados o que incluían intercambio de
dinero. Sin embargo, tanto para chicos como para chicas, la variación adicional
a este tipo de comportamientos sexuales que se puede atribuir a la frecuencia
de consumo de porno sería modesta, de entre un 0,3% y un 4%. Esto indicaría que
el consumo de estos contenidos “es solo un factor entre muchos que pueden
influir en el comportamiento sexual de los jóvenes”, según los responsables del
artículo.
Estos resultados
son similares a los de otros estudios anteriores, que relacionaban
consumir imágenes de sexo explícito con comportamientos sexuales arriesgados y
una mayor exposición a enfermedades venéreas, pero atribuían al porno una
influencia pequeña en el comportamiento de los jóvenes una vez que su efecto se
había separado de otras variables como la búsqueda de sensaciones sexuales.
El artículo
refleja que ver porno puede incrementar la búsqueda de sensaciones sexuales,
pero que esa relación también puede funcionar en la otra dirección. Sería
posible, por ejemplo, que una persona que tiene menos reparos para consumir
drogas o tener sexo anal, tampoco los tenga para buscar sexo explícito en
internet. Es posible que los islamistas de Hamás, el ala derecha del partido
republicano de EEUU y los socialdemócratas islandeses hayan dado su veredicto
sobre la influencia del porno en la sociedad hace tiempo, pero en opinión de
Hald y sus colegas aún es necesario estudiar en mayor profundidad esa relación
para elaborar unas políticas tan ajustadas a la realidad como sea posible.
esmateria.com
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